jueves, 6 de octubre de 2016

Las luciérnagas

El río, que es uno y miles, tiene un atractivo extraño que es mucho más poderoso que el del mar (en mi caso). He concluido en estos últimos años que, como algunas carreteras, el río tiene un efecto mucho más contundente que muchas sustancias psicotrópicas. Uno va en un bote cualquiera mirando el agua y la ribera y dos minutos después está entendiendo que cuando a los tres años su mamá no recogió el juguete que se cayó de la mesa de noche se perdió la confianza en la humanidad. Y uno reacciona y dice... Pero de por dios, qué estoy pensando?

La idea de jugar con el río no surge porque haya tenido grandes experiencias con él, crecí en Otra Parte (bogotá), y lo mejor que se puede sacar de ese río es un hongo mortífero que tumba hasta las uñas de las orejas.

Comencé a jugar una tarde de tusas políticas, mirando mi biblioteca sin ganas de leer nada y encontré de nuevo La Vorágine. Y dije, está bien, el inicio del texto es algo rimbombante, hasta cursi para un país que ha cantado en todos los estilos y tonos la violencia, pero hay que concederle que es uno de los textos modernos que habla en un lenguaje muy parecido al de inicio de siglo XXI sobre ella. Entonces hice mi propio inicio:

Antes de que me hubiera apasionado por oficio alguno, jugué mi corazón al azar y me lo robó la derecha. No viví bajo ninguna forma de gobierno liberal o progresista que lograra impactar en la vida cotidiana de sus ciudadanos, excepto, tal vez, entre aquellos que ayudaban de manera directa en su embate contra la desigualdad. Y luego de unos años de errores y aciertos, la izquierda fue desplazada de Otra Parte por un sector arribista, con discursos desarrollistas y excluyentes, disfrazado de movimiento verde.

Decidí salir de Otra Parte.

No tenía nada que perder  porque, como Alicia, lo había perdido casi todo.

Entonces llegó Leticia, un nombre en nada parecido a Otra Parte, que se dibujó como una promesa de lo desconocido, la idea de un calor húmedo arrastrado sobre la espuma de un río ocre que se mueve serpenteante a lo largo de muchos kilómetros.

No busqué a Leticia como un objetivo, fue una huída. Antes, claro, lloré sobre el cadáver más bonito de Otra Parte. También lloraron las mariposas negras y se comieron las patas por pura vergüenza de existir. Ni siquiera la muerte se atrevió a entrar a la velación con tanto olor a risas. A quién se le ocurriría que el polvo podía cubrir hasta las humedades más calientes matando a tanta gente de aburrimiento. Y lloré la muerte de un cadáver vivo que se sabía muerto, se recordaba muerto. Qué exageración, dijeron las luciérnagas, pero es que ellas no pueden recordar las malas noches porque siempre alumbran.

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