viernes, 18 de noviembre de 2016

Resiliencia territorial

En un esfuerzo por escribir, y sin nada que decir por sobresaturación de información:

Con tantas heridas de muerte, y algunos testimonios de resurrección, ¿a quién le dan ganas de escribir? Lo cierto, es que Puerto Legísimos es un verdadero sobreviviente… si es que uno puede llamar así a un territorio. Ayer de regreso al Puerto de Puerto Legísimos, cuando la camioneta de transporte público se detuvo en una bomba de gasolina, una voz insistente me sacó del letargo del viaje. Yo luchaba por abrir los ojos, por salir del sopor que me invadió el sueño sin que me diera cuenta, y regresar a la vida después de horas de carretera con y sin asfalto. Esta voz de miles quejas se impuso como realidad de sol de tarde, de sol escondiéndose. El hombre de la bomba sonreía y miraba a la mujer, una señora grande, grandota, rubia, y con canas, bronceada por el sol y los años me imagino, con una camiseta azul aguamarina, de pie, al lado de la bomba de gasolina. Muy disgustada decía algo como: “pero como me molesta que hablen mal del territorio! No señor, aquí es donde vivimos, de aquí sacamos para comer, aquí viven sus hijos, si se va a quejar mejor váyase a otro lado, pero no hable mal del Puerto”.

Es sorprendente. De haber vivido aquí hace unos años mi construcción territorial sería diferente. El Puerto sería el Puerto Infierno. De hecho no está muy lejos de eso. Es un lugar extraño, de un humor enrarecido por miradas y silencios que se ciñen sobre uno. Como hace tanto calor, en el Puerto la gente sale en la penumbra, y se viste de ropas bonitas. Y de cuando en cuando uno se encuentra con estas personas, grandes como ellas solas, con estos vozarrones, en la plaza, en el instituto, en la alcaldía, en las bombas de gasolina, hasta en los libros, diciendo que el Puerto es el Puerto, a pesar de todo lo que le ha pasado, la gente del Puerto tiene derecho a vivir del Puerto, ¿y quién puede decir que no? Así uno esté como dormido, y no entienda muy bien de estas tierras por vivir tanto en el altiplano centralista, el Puerto existe, y existe muy bien, nombrándose a pesar del calor, de los zancudos, de los ríos inundados de tinto, de las calles llenas de harina, de las piscinas con caimanes, y de los fríos que se meten al cuerpo cuando uno visita los ríos cementerio. 

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