En un esfuerzo por escribir, y sin nada que decir por
sobresaturación de información:
Con tantas heridas de muerte, y algunos testimonios de resurrección, ¿a quién le dan ganas de escribir? Lo cierto, es que Puerto
Legísimos es un verdadero sobreviviente… si es que uno puede llamar así a un
territorio. Ayer de regreso al Puerto de Puerto Legísimos, cuando la camioneta
de transporte público se detuvo en una bomba de gasolina, una voz insistente me
sacó del letargo del viaje. Yo luchaba por abrir los ojos, por salir del sopor
que me invadió el sueño sin que me diera cuenta, y regresar a la vida después
de horas de carretera con y sin asfalto. Esta voz de miles quejas se impuso como
realidad de sol de tarde, de sol escondiéndose. El hombre de la bomba sonreía y
miraba a la mujer, una señora grande, grandota, rubia, y con canas, bronceada
por el sol y los años me imagino, con una camiseta azul aguamarina, de pie, al
lado de la bomba de gasolina. Muy disgustada decía algo como: “pero como me
molesta que hablen mal del territorio! No señor, aquí es donde vivimos, de aquí
sacamos para comer, aquí viven sus hijos, si se va a quejar mejor váyase a otro
lado, pero no hable mal del Puerto”.
Es sorprendente. De haber vivido aquí hace unos años
mi construcción territorial sería diferente. El Puerto sería el Puerto
Infierno. De hecho no está muy lejos de eso. Es un lugar extraño, de un humor
enrarecido por miradas y silencios que se ciñen sobre uno. Como hace tanto
calor, en el Puerto la gente sale en la penumbra, y se viste de ropas bonitas. Y
de cuando en cuando uno se encuentra con estas personas, grandes como ellas
solas, con estos vozarrones, en la plaza, en el instituto, en la alcaldía, en
las bombas de gasolina, hasta en los libros, diciendo que el Puerto es el
Puerto, a pesar de todo lo que le ha pasado, la gente del Puerto tiene derecho
a vivir del Puerto, ¿y quién puede decir que no? Así uno esté como dormido, y
no entienda muy bien de estas tierras por vivir tanto en el altiplano
centralista, el Puerto existe, y existe muy bien, nombrándose a pesar del
calor, de los zancudos, de los ríos inundados de tinto, de las calles llenas de harina, de las piscinas
con caimanes, y de los fríos que se meten al cuerpo cuando uno visita los ríos cementerio.
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