Cuando subimos al taxi me pareció extraño que ese hombre nos
contara cómo había sido de violento ese camino en el que transitábamos. Durante
muchos años nadie pudo pasar sin permiso, sin que hubiera un retén, sin que
desaparecieran los desconocidos o aquellos que no fueran al menos acompañados
por una persona local. El camino está destapado y veo una vaca comiendo
recostada en un establo a la orilla de la carretera. ¿Para las vacas el campo
será así? ¿Un lugar de miedo, en el que en cualquier momento serán vacas
muertas, sin dignidad, sólo pedazos de carne desechados? ¿Habrá sido así para
las personas de esta vereda cuando vivían en una cosa muy parecida a un campo
de concentración cuyo funcionamiento se basaba en una colcha de retazos
discursiva en la que se mezclaban el horror, el honor, la religión, la patria,
la coca, el dinero, el miedo, la carnicería, el patriarcado y el placer?
En El Placer vimos la escuela, sus alrededores, sus calles, lugares
que están relatados en el Informe de Memoria del Centro Nacional de Memoria
Histórica. Algo andaba mal. Era un poco odioso andar por ahí, así, en tenis, y
con tranquilidad, con las manos en los bolsillos, saludando con una sonrisa, al
menos honesta, a las personas que llegaban a trabajar en una iniciativa en el marco de su proceso de
reparación, cosas que suceden cuando acaba la guerra, al menos, cuando la guerra guerra
del trauma pareciera haber cesado.
Estábamos fuera de lugar, tomé un par de fotos. La idea,
dicen, es hacer un museo, y muchas cosas más, un centro de formación ciudadana,
con aulas, y parque, y espacios de recreación. Eso está bien, está genial, está buenísimo. Sin embargo, al revisar las fotos la idea comienza a preocuparme.
De regreso, el taxista número dos nos cuenta su propia historia
de la violencia, de la incursión. La cuenta con mucha elocuencia, y habla de
cosas reales, como la incapacidad de relatar la sensación que le produjeron los gritos, disparos, ruegos de las personas de su pueblo, la noche y la madrugada de la masacre.
No se puede contar eso, porque no se puede explicar, no se puede hacer sentir
al otro el horror propio.
Son etapas de reconstrucción, se supondría. Se supone
también que hace algunos años no hubiéramos podido hacer la visita que hicimos. Y es ahí donde viene el meollo del asunto... ¿por qué no deja de sentirse como si hubiéramos hecho una suerte de turismo del horror? Surge otra pregunta que jamás pensé que me plantearía: ¿Una herida
cicatrizada merece tanta atención? Porque el riesgo, y no se puede negar, es la
trivialización de la violencia por una foto, como todas las de este Post, de la cancha del colegio donde el
grupo armado entrenaba en las mañanas antes o durante la llegada de los
niños a la institución; una foto del museo, de los murales tan bonitos... una ruta de turismo de la
tristeza.
Cancha de antigua escuela de El Placer. 2016. OCM |
Y, como hace algunos años cesó la violencia extrema, entre las personas de la región (y no hay que engañarse, entre muchas personas del país), la pregunta que surge es, ¿pero por qué tanto dinero para las víctimas y los demás qué? Es muy fácil responder diciendo algo como: es necesario garantizar la reparación, porque estás personas sufrieron daños que en realidad son irreparables.
Aula, Museo de la Memoria de antigua escuela de El Placer. OCM 2016 |
Entonces viene el reconocimiento. Sería imposible
pensar en un olvido del esclavismo en américa, por ejemplo. Documentos como el
de Fray Bartolomé de las casas en los que se describe cómo, casi con la misma
sevicia paramilitar, los españoles torturaron y acabaron con los indígenas; estos documentos han servido para el reconocimiento de violencias que se mantienen durante
siglos sobre poblaciones excluidas en Colombia. De hecho, ahora que lo pienso,
no es casual que sea otro cura, el cura de El Placer, quien comenzara a armar un museo de la memoria,
en plena guerra, para resignificar estos objetos, ollas con un agujero de bala,
botas, uniformes y otros elementos de los guerreros, así como objetos
personales de la población que de una u otra forma se reconocen como marcadores
de memoria durante las ocupaciones de los diferentes ejércitos en su vereda.
Con todo, la crónica de Fray Bartolomé, para seguir con el
ejemplo, es un documento espantoso y hasta amarillista. Su objeto era
denunciar, y ahora sirve para recordar y no repetir. Y qué va! casi quinientos
años después de esos eventos, la situación se replica aquí, muy adentro de Colombia,
en las márgenes de la sociedad centralista y urbana. En estas denuncias el centro del discurso descansa en la idea del sufrimiento.
No puedo negar que me encantaría que personas con algún
trastorno de personalidad, que han perdido la posibilidad de sentir empatía,
como Paloma Valencia por ejemplo, pudieran asistir a estos espacios, e intentar
al menos reconocer la necesidad de la paz, y no sólo del SÍ, sino también del
PostSÍ; de la necesaria implementación de medidas para una paz territorial que garantice
la vida en esos territorios donde ya están reemergiendo fuerzas de distintos
bandos para tomar el control sobre estas zonas dominadas históricamente por las
Farc.
Hay una responsabilidad del
lector, del consumidor de estos espacios. Estas fotos de la memoria son
tomadas por alguien, unos otros que
construyen relatos de un horror no sufrido en carne propia, otros que andan
cómodos detrás de una cámara en un lugar que no es suyo, retratando territorios
que no sufrieron, desde posiciones al menos más privilegiadas que las de las personas que vivieron y viven bajo estos regímenes. Ese otro tiene una
obligación diría yo que moral… ¿o ética? La pregunta, es, ¿cuál?
Río.
No basta con sentir empatía por el horror, es necesario una
empatía por la recuperación, reparación, reconstrucción, y actuar de una u otra forma, para lograr superar el conflicto actual. Desplazar el eje del sufrimiento a la recuperación.
Será necesario aprender... creo, entrando en la foto, saliendo de la zona, es necesario aprender de lo que sucede aquí. Reconocer el ejercicio hecho desde lo local para seguir viviendo, para inventar una nueva vida, desde la muerte, la zozobra y el dolor. Repertorios locales que contemplan alternativas para resolver los conflictos venideros, y para enfrentarse y defenderse frente otras acciones de terror y violencia. Es necesario reconocer y aprender, además del dolor, de estas fórmulas que se han inventado todas estas personas para superar el miedo.
Es extraño:las foto no logran el tono de la narracion. podrian tenerlo? La narracion es, sino, dramatica, si desesperada, pareciera que quieres pegra un grito y no te dejaran
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Justamente ese es el punto. Son retratos que no dicen mucho más de "yo estuve aquí". Son fotografías de una turista entristecida, pero turista. Lo cierto, es que son relativamente esperanzadoras y le apuntan a la memoria, el primer paso para sanar me imagino. Gracias por tu lectura! Y seguiré tu consejo
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